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Setenta y dos horas después de que empezase el desembarco francés se sospecha que las columnas conjuntas de la rama magrebí de Al Qaeda (AQMI), de los tuareg radicales y de una tercera organización terrorista iban a bajar del norte de Malí, que controlan desde marzo, hacia el sur por dos ejes diferentes, pero se reagruparían en Segú. De ahí darían el asalto a Bamako, la capital, a 240 kilómetros. En menos de una semana habrían llegado.
Los bombardeos que han padecido no solo han detenido su avance sino que han ayudado al débil Ejército de Malí a recuperar, el sábado por la tarde, Konna (37.000 habitantes), la ciudad de la que fue expulsado el jueves por los yihadistas. El fuego francés se ha extendido más al norte hasta, por ejemplo, Gao (90.000 habitantes), el mayor feudo islamista, para destruir las bases yihadistas.
La operación francesa busca crear una especie de zona tampón que proteja al sur de Malí de los embates del norte. Con el envío de cientos de soldados a Bamako París intenta además apuntalar a las instituciones de ese “escaparate de la democracia africana” que, según el diario parisino Le Monde, fue Malí. Las disensiones de su clase política y las amenazas de los militares que, en marzo, ya dieron un golpe de Estado, han resquebrajado ese vitrina.
La entrada en guerra de Francia de momento ha sido respaldada por Reino Unido, que ayudará en la infraestructura pero no enviará tropas. Este lunes el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reunirá para analizar la situación, a petición del presidente Hollande.
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