jueves, 9 de enero de 2014

                                Ciudad de Granada

A los pies de Sierra Nevada y en la confluencia de los ríos Darro y Genil se enclava la que fue considerada en la Antigüedad la Damasco de Al-Andalus, convertida por los cristianos en símbolo de la nueva monarquía.



Moderna y cosmopolita se presta al intercambio y a un mestizaje cultural que se plasma en su patrimonio, los cármenes del Albaicín con su olor a azahar, el arte de las zambras del Sacromonte y el sonido del agua que fluye por sus aljibes y fuentes.

Los contrastes cromáticos anuncian la proximidad del último reino nazarí, donde el blanco de las cumbres se funde con el azul del cielo, el rojo de los muros de la Alhambra y el verde de su fértil Vega, de la que es deudora la popular cocina granadina.

A través de los poemas de García Lorca, los relatos de Washington Irving, los sones flamencos de Enrique Morente y las coplas de Carlos Cano se ha trasmitido la imagen de una ciudad que debe gran parte de su excepcional patrimonio y su concepción urbanística llena de encanto a los musulmanes; pero existe además otra Granada, la cristiana y renacentista elegida por los Reyes Católicos como última morada.

Magnífico balcón mirador de Granada, el Albaicín invita a perderse en sus estrechas callejuelas empedradas y custodiadas por el verde muro de sus cipreses, creando un ambiente intimista e intemporal.

Desde el famoso Mirador de San Nicolás se pueden contemplar magníficas vistas de la Alhambra, ciudadela regia e inexpugnable de aires orientales edificada por notables alarifes en la colina de la Sabika.



Suntuosos palacios Árabes como el de Comares y el de los Leones, con su famosa fuente, exuberantes jardines e imponentes torres componen un conjunto artístico inigualable, lo más parecido al Paraíso que el Islam prometa a sus fieles.

Declarado Patrimonio de la Humanidad, para conocer este barrio de sabor andalusí partiremos de la céntrica Plaza Nueva, hoy como antaño centro neurálgico de la vida granadina, inmortalizada junto a la Real Chancillería por el genial dibujante que ilustró l obra Cuentos de la Alhambra.

Las teterías que se amontonan en torno a las cercanas calles Calderería Nueva y Calderería Vieja confieren un toque exótico a este paseo.

El olor a azahar va guiando el sosegado caminar por la Carrera del Darro, ensoñación romántica de artistas como Roberts, Laborde o Doré que sucumbieron al misterio de una calle singular que serpenteaba el río y en la que aún se pueden divisar las ruinas del Puente del Cadí, junto a monumentos de gran valor histórico, tales como los baños árabes de El Bañuelo, del s. XI o la Casa de Castril, sede del Museo Arqueológico.

Frente a la Torre de Comares de la Alhambra se ubica el concurrido Paseo de los Tristes, con numerosas terrazas y veladores, llenos durante el día y hasta altas horas de la noche en cualquier estación del año.

La Casa del Chapiz, fiel reflejo de la fusión del arte islámico y cristiano, ubicada en la cuesta del mismo nombre, sitúa al viajero en el Albaicín Alto, cuyo corazón se halla en la Plaza Larga. Aquí está presenta la huella de la cultura andalusí, como reflejan los restos de Murallas, los más antiguos de la ciudad, o sus pintorescas puertas; el Arco de las Pesas o la Puerta de Monaita.

Entre aljibes y cármenes con espléndidos jardines va transcurriendo este recorrido que desciende ahora, como lo hacen sus históricos muros de piedra, hasta la Puerta de Elvira, deteniéndose en la Plaza de San Miguel Bajo para contemplar, junto al Convento de Isabel la Real, el Palacio de Ar Al-Horra que, como el resto de las casa del Albaicín "engaña", mostrando al exterior sus sencillos muros blancos, siendo su interior todo un derroche de sofisticación e imaginación.

La Gran Vía, que deja a su derecha el Albaicín, introduce al visitante en un entramado de calles estrechas donde se dan cita imponentes templos levantados por los cristianos como símbolo de la nueva fe, destacando por su relevancia la colosal Catedral, que colinda con el Palacio Episcopal y con la Capilla Real, panteón de los Reyes Católicos.

Se podrá mezclar con el bullicioso ir y venir de la gente que transita por las calles oficios y Zacatín, para llegar a la Alcaicería, fiel recreación del próspero mercado de la seda nazarí que alberga numerosas tiendas, joyerías y platerías con diversas muestras de la artesanía granadina.

La Plaza de Bib-Rambla, en los aledaños de la Catedral, antigua explanada amurallada que en tiempos tuvo soportales en los que trabajaban escribas, ofrece un colorista paisaje: el de los puestos de flores que lo inundan. Muy cerca, junto a la Plaza de Isabel la Católica, se pueden admirar dos representativos edificios de herencia andalusí: el Palacio de la Madraza y el Corral del Carbón (la única Alhóndiga Gédida conservada íntegramente en España).

Las plazas de la Trinidad y los Lobos, junto a Bib-Rambla, introducen al viajero en el llamado Barrio de la Duquesa, con el Monasterio de San Jerónimo, sepultura del Gran Capitán y de su esposa, la Basílica de San Juan de Dios y el Hospital Real, que suma a su belleza artística el valor de los incunables y libros miniados de su Biblioteca. Y muy cerca de la zona universitaria se sitúa toda una joya barroca: el Monasterio de la Cartuja con su Sacristía que brilla con luz propia.

La lógica no tiene cabida en el Sacromonte con sus casas cueva encaladas que horadan la legendaria montaña sagrada, el Monte Sacro del Valparaíso; es más bien el misterio lo que define a esta pintoresca zona de Granada que tantos versos ha inspirado, repleta de jardines, lunares de pitas y chumberas, claves y jazmines.

Se suele subir a este barrio por el Paseo de los Tristes y la Cuesta del Chapiz, un camino que es el que emprenderían hace siglos los gitanos que, según las crónicas, llegaron con las tropas cristianas de los Reyes Católicos para las que trabajaban como artesanos del metal, asentándose en este barrio que han convertido en símbolo de su identidad.

Lo que vino con los gitanos se mezcló con lo andalusí y así nació el flamenco y la zambra, expresión genuina del arte de la ciudad de la Alhambra.

Es imposible comprender el enigmático Sacromonte sin tener en cuenta su Abadía que nació con la leyenda de los mártires Cecilio, Hisicio y Tesifón en una época, el s. XVII, en que la población granadina se caracterizaba por la diversidad de religiones que profesaba.

En la actualidad, además de ser un escenario idóneo para dejar volar la imaginación, la Abadía puede presumir de acoger en su Museo magníficas obras de Alonso Cano, Sánchez Cotán, Pedro de Raxis o Bocanegra, entre otros artistas, además de una interesante Biblioteca con valiosos incunables y códices, libros de coros con miniaturas y manuscritos árabes de autores como Averroes o Maimónides.

Al pie de la Alhambra se halla el barrio de El Realejo, la que fuese judería de la Elvira nazarí que ha ido evolucionando y transformándose al mismo ritmo que lo hacía la ciudad cristiana.

De sus murallas y puertas no queda ningún resto y del viejo trazado laberíntico típico de las medinas musulmanas, sólo permanece el de las zonas más altas de este barrio. Lo que sí ha logrado conservar es el atractivo de una forma de vida basada, sobre todo, en la convivencia pacífica de culturas muy dispares.

En la colina de Mauror se erige uno de los cármenes más hermosos de toda Granada, el Carmen de los Mártires. Al imaginario orientalista plasmado en su interior, añade sus espléndidos jardines que son una armónica mezcla de los modelos franceses e ingleses, con fuentes y estanques de gran belleza.

El descenso por las empinadas cuestas permite, además, divisar algunos de los centros culturales más relevantes de Granada: el Auditorio Manuel de Falla y la Casa Museo del músico gaditano, la Fundación Rodríguez Acosta o el Instituto Gómez Moreno. Todo ello ante la "mirada" impertérrita de las imponentes Torres Bermejas, unidas por un lienzo de muralla a la Alcazaba de la Alhambra.

El terreno se hace más llano a medida que nos acercamos al corazón del Realejo, que nos es otro que el Campo del Príncipe, en el que se concentran numerosos bares y tabernas en las que realizar un descanso.

Este paseo por el Realejo todavía le depara al viajero las bellas estampas de las antiguas corralas rehabilitadas y habitadas por jóvenes universitarios o palacios urbanos señoriales como la Casa de los Tiros.

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