Ciudad de Granada
A los pies de Sierra Nevada y en la confluencia de los ríos Darro y Genil se
enclava la que fue considerada en la Antigüedad la Damasco de Al-Andalus,
convertida por los cristianos en símbolo de la nueva monarquía.
Moderna y cosmopolita se presta al intercambio y a un mestizaje cultural que
se plasma en su patrimonio, los cármenes del Albaicín con su olor a azahar, el
arte de las zambras del Sacromonte y el sonido del agua que fluye por sus
aljibes y fuentes.
Los contrastes cromáticos anuncian la proximidad del último reino nazarí,
donde el blanco de las cumbres se funde con el azul del cielo, el rojo de los
muros de la Alhambra y el verde de su fértil Vega, de la que es deudora la
popular cocina granadina.
A través de los poemas de García Lorca, los relatos de Washington Irving,
los sones flamencos de Enrique Morente y las coplas de Carlos Cano se ha
trasmitido la imagen de una ciudad que debe gran parte de su excepcional
patrimonio y su concepción urbanística llena de encanto a los musulmanes; pero
existe además otra Granada, la cristiana y renacentista elegida por los Reyes
Católicos como última morada.
Magnífico balcón mirador de Granada, el Albaicín invita a perderse en sus
estrechas callejuelas empedradas y custodiadas por el verde muro de sus
cipreses, creando un ambiente intimista e intemporal.
Desde el famoso Mirador de San Nicolás se pueden contemplar magníficas
vistas de la Alhambra, ciudadela regia e inexpugnable de aires orientales
edificada por notables alarifes en la colina de la Sabika.
Suntuosos palacios Árabes como el de Comares y el de los Leones, con su
famosa fuente, exuberantes jardines e imponentes torres componen un conjunto artístico
inigualable, lo más parecido al Paraíso que el Islam prometa a sus fieles.
Declarado Patrimonio de la Humanidad, para conocer este barrio de sabor
andalusí partiremos de la céntrica Plaza Nueva, hoy como antaño centro
neurálgico de la vida granadina, inmortalizada junto a la Real Chancillería por
el genial dibujante que ilustró l obra Cuentos de la Alhambra.
Las teterías que se amontonan en torno a las cercanas calles Calderería
Nueva y Calderería Vieja confieren un toque exótico a este paseo.
El olor a azahar va guiando el sosegado caminar por la Carrera del Darro, ensoñación
romántica de artistas como Roberts, Laborde o Doré que sucumbieron al misterio
de una calle singular que serpenteaba el río y en la que aún se pueden divisar
las ruinas del Puente del Cadí, junto a monumentos de gran valor histórico,
tales como los baños árabes de El Bañuelo, del s. XI o la Casa de Castril, sede
del Museo Arqueológico.
Frente a la Torre de Comares de la Alhambra se ubica el concurrido Paseo de
los Tristes, con numerosas terrazas y veladores, llenos durante el día y hasta
altas horas de la noche en cualquier estación del año.
La Casa del Chapiz, fiel reflejo de la fusión del arte islámico y cristiano,
ubicada en la cuesta del mismo nombre, sitúa al viajero en el Albaicín Alto,
cuyo corazón se halla en la Plaza Larga. Aquí está presenta la huella de la
cultura andalusí, como reflejan los restos de Murallas, los más antiguos de la
ciudad, o sus pintorescas puertas; el Arco de las Pesas o la Puerta de Monaita.
Entre aljibes y cármenes con espléndidos jardines va transcurriendo este
recorrido que desciende ahora, como lo hacen sus históricos muros de piedra,
hasta la Puerta de Elvira, deteniéndose en la Plaza de San Miguel Bajo para
contemplar, junto al Convento de Isabel la Real, el Palacio de Ar Al-Horra que,
como el resto de las casa del Albaicín "engaña", mostrando al
exterior sus sencillos muros blancos, siendo su interior todo un derroche de sofisticación
e imaginación.
La Gran Vía, que deja a su derecha el Albaicín, introduce al visitante en un
entramado de calles estrechas donde se dan cita imponentes templos levantados
por los cristianos como símbolo de la nueva fe, destacando por su relevancia la
colosal Catedral, que colinda con el Palacio Episcopal y con la Capilla Real,
panteón de los Reyes Católicos.
Se podrá mezclar con el bullicioso ir y venir de la gente que transita por
las calles oficios y Zacatín, para llegar a la Alcaicería, fiel recreación del
próspero mercado de la seda nazarí que alberga numerosas tiendas, joyerías y
platerías con diversas muestras de la artesanía granadina.
La Plaza de Bib-Rambla, en los aledaños de la Catedral, antigua explanada
amurallada que en tiempos tuvo soportales en los que trabajaban escribas,
ofrece un colorista paisaje: el de los puestos de flores que lo inundan. Muy
cerca, junto a la Plaza de Isabel la Católica, se pueden admirar dos
representativos edificios de herencia andalusí: el Palacio de la Madraza y el
Corral del Carbón (la única Alhóndiga Gédida conservada íntegramente en
España).
Las plazas de la Trinidad y los Lobos, junto a Bib-Rambla, introducen al
viajero en el llamado Barrio de la Duquesa, con el Monasterio de San Jerónimo,
sepultura del Gran Capitán y de su esposa, la Basílica de San Juan de Dios y el
Hospital Real, que suma a su belleza artística el valor de los incunables y libros
miniados de su Biblioteca. Y muy cerca de la zona universitaria se sitúa toda
una joya barroca: el Monasterio de la Cartuja con su Sacristía que brilla con luz
propia.
La lógica no tiene cabida en el Sacromonte con sus casas cueva encaladas que
horadan la legendaria montaña sagrada, el Monte Sacro del Valparaíso; es más
bien el misterio lo que define a esta pintoresca zona de Granada que tantos
versos ha inspirado, repleta de jardines, lunares de pitas y chumberas, claves
y jazmines.
Se suele subir a este barrio por el Paseo de los Tristes y la Cuesta del
Chapiz, un camino que es el que emprenderían hace siglos los gitanos que, según
las crónicas, llegaron con las tropas cristianas de los Reyes Católicos para las
que trabajaban como artesanos del metal, asentándose en este barrio que han
convertido en símbolo de su identidad.
Lo que vino con los gitanos se mezcló con lo andalusí y así nació el
flamenco y la zambra, expresión genuina del arte de la ciudad de la Alhambra.
Es imposible comprender el enigmático Sacromonte sin tener en cuenta su
Abadía que nació con la leyenda de los mártires Cecilio, Hisicio y Tesifón en
una época, el s. XVII, en que la población granadina se caracterizaba por la
diversidad de religiones que profesaba.
En la actualidad, además de ser un escenario idóneo para dejar volar la
imaginación, la Abadía puede presumir de acoger en su Museo magníficas obras de
Alonso Cano, Sánchez Cotán, Pedro de Raxis o Bocanegra, entre otros artistas,
además de una interesante Biblioteca con valiosos incunables y códices, libros
de coros con miniaturas y manuscritos árabes de autores como Averroes o
Maimónides.
Al pie de la Alhambra se halla el barrio de El Realejo, la que fuese judería
de la Elvira nazarí que ha ido evolucionando y transformándose al mismo ritmo
que lo hacía la ciudad cristiana.
De sus murallas y puertas no queda ningún resto y del viejo trazado
laberíntico típico de las medinas musulmanas, sólo permanece el de las zonas
más altas de este barrio. Lo que sí ha logrado conservar es el atractivo de una
forma de vida basada, sobre todo, en la convivencia pacífica de culturas muy
dispares.
En la colina de Mauror se erige uno de los cármenes más hermosos de toda
Granada, el Carmen de los Mártires. Al imaginario orientalista plasmado en su
interior, añade sus espléndidos jardines que son una armónica mezcla de los
modelos franceses e ingleses, con fuentes y estanques de gran belleza.
El descenso por las empinadas cuestas permite, además, divisar algunos de
los centros culturales más relevantes de Granada: el Auditorio Manuel de Falla
y la Casa Museo del músico gaditano, la Fundación Rodríguez Acosta o el
Instituto Gómez Moreno. Todo ello ante la "mirada" impertérrita de
las imponentes Torres Bermejas, unidas por un lienzo de muralla a la Alcazaba
de la Alhambra.
El terreno se hace más llano a medida que nos acercamos al corazón del
Realejo, que nos es otro que el Campo del Príncipe, en el que se concentran
numerosos bares y tabernas en las que realizar un descanso.
Este paseo por el Realejo todavía le depara al viajero las bellas estampas
de las antiguas corralas rehabilitadas y habitadas por jóvenes universitarios o
palacios urbanos señoriales como la Casa de los Tiros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario